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Actualizado el Jueves, 11 de enero del 2018

El poder de Diego Costa

La revolución que anuncia la llegada de Diego Costa al Atlético de Madrid decreta un alto el fuego este fin de semana en Éibar, donde el delantero cumplirá el partido de sanción con el que fue castigado tras la celebración del gol que marcó el día de Reyes contra el Getafe. Aquel gesto definió el éxtasis emocional del futbolista, impulsivo y feroz. Pero también depredador del área, contundente y decisivo en los metros finales.

Diego rinde y hace ruido, su labor la engalanan los números -dos goles y una asistencia en tres partidos incompletos- y la expectación que genera su figura otorga presencia al Atleti. Constituye un impulso renacido del 'cholismo', una inyección de energía necesaria para curar el tropiezo en la Copa de Europa y reconstruir el entusiasmo vital.

En el Metropolitano se estrenó con una alegría añorada, la de su primera diana ante el público para el que representa un renovado y necesario estandarte, y un enfado absurdo, provocado por una singular expulsión con posterior recurso de apelación rechazado. Días antes, en Lérida, debutó con idéntico júbilo al anotar un tanto unos cinco minutos después de la anhelada comparecencia y apenas unos segundos después aterró al universo atlético cuando un desmedido golpe que recibió se tradujo en una cojera persistente adornada con un corte.

Los primeros 94 minutos que ha disputado en la actual etapa, la de su regreso por un precio superior al de su valor de mercado y al de la venta de la que protagonizó en 2014, definen con cierta rigurosidad la figura del hispano-brasileño. Espiritualmente aporta nervio, carácter, garra, inconformismo, vigor, corazón, constancia, intensidad, bravura, ímpetu, agresividad, liderazgo, agitación, histrionismo,... Lío, puro y duro. Jaleo desquiciante para el rival y jadeos de placer para su parroquia, rendida ante un jugador capaz de acaparar sin complejos todas las miradas. Desprende hambre, de gloria y triunfo, que contagia pasión a una hinchada exigente con la implicación de los suyos. El primero en dar la cara y recibir golpes, el cansino locuaz para zagueros oponentes y árbitros tibios.

El de Lagarto ha llegado al alma del Atlético por su estilo y, lo más importante, por sus capacidad goleadora. En la liga inglesa brilló como nueve, 52 tantos en 89 partidos, catapultado por Mourinho y custodiado por reliquias como Drogba o Falcao. En su flamante andadura en España sigue la tónica y, además, brotan tímidamente algunos cambios imperceptibles a primera vista en su manera de jugar.

En la conducción, da la impresión que empuja al balón en vez de golpearlo; en sus comienzos parecía un defecto, sin embargo ahora esa forma nada ortodoxa de contactar con el esférico empieza a resultar más familiar y su efectividad se antoja de imposible escrutinio. Carece de la delicadeza que embellece el talento, pero los guarismos convalidan las deficiencias técnicas.

Busca la banda izquierda como punto de partida para sus acometidas, sobre todo con espacios por delante -incluso desde parcela propia-, y generalmente da prioridad a la asociación con sus compañeros de ataque ante la tentación individualista al construir contragolpes. Protege el cuero eficazmente, lo baja al suelo con solvencia y puede llegar a convertir un despeje en un pase orientado. Conserva la potencia de antaño y su preciada capacidad de desmarque, vivo para evitar el fuera de juego. Encima, corre y presiona; intimida con su zancada a las defensas, fija posiciones en vanguardia y cura el problema aéreo que tenía Simeone hasta diciembre con los puntas -Torres, el único que superaba el 1.80 de altura-. A pesar que no ha transcurrido el tiempo suficiente para emitir juicios de valor acerca de su aportación global a la plantilla, muestra un tono físico aceptable.

Con recordar al que se marchó, restando aquella previsible lesión en Lisboa el último día, sería suficiente. Porque alcanzaría cifras anotadoras dignas de los mejores nueves del mundo y, sobre todo, ganaría títulos. 

Por el momento, queda patente que el grupo en particular y el club en general ganan con su presencia. Deportivamente, sus cualidades mejoran las prestaciones del grupo y le hacen ganar en competitividad mientras se grangea la veneración del entrenador. Institucionalmente, se trata de un baluarte para la masa social y regala notoriedad original a la entidad. 

Apuesta acertada o desatinada del Cholo, en junio llegarán las valoraciones, jamás pasará desapercibido. Tres títulos en litigio, el Mundial al fondo y un prestigio a mantener serán sus materias de examen.

Pepe Muñoz