Por Tomy Gavaldá, Redactor FutbolFantasy
Viernes, 25 de abril del 2025 a las 05:35

Editorial FF: El Valladolid culmina un descenso que nadie lloró

Episodio I: Grietas en los cimientos

A veces los clubes no descienden, se desvanecen. El Real Valladolid no cayó esta temporada al pozo de Segunda con estrépito, sino que se fue deshaciendo lentamente, sin permitir que duela y avisando desde muy pronto, lo que impidió que se generara la decepción. La temporada 2024-2025 no fue el relato de una tragedia, sino de una descomposición. No hubo sangre en el suelo ni puñales a la vista: hubo desidia, decisiones mediocres, fichajes con firma de derrota, silencios desde el palco, entrenadores convertidos en parches y una grada que, en lugar de enfurecerse y llorar, fue dejando de gritar y de sentir.

Todo comenzó dos años antes, cuando el club descendió a Segunda bajo la batuta de Paulo Pezzolano. El uruguayo, que había llegado en circunstancias oscuras tras el despido de Pacheta, logró en solo un año devolver al equipo a la élite, pero no sin desgaste ni polémicas con la grada. También en la cúpula se produjeron cambios con el descenso: Fran Sánchez, director deportivo y artífice del plantel que bajó a segunda, fue despedido de forma fulminante. En su lugar apareció Domingos Catoira, recién salido del Espanyol tras decisiones criticadas. Las elecciones fueron de Ronaldo Nazário, que por entonces ya era una figura más cercana a la de papel de villano que a la de presidente: un retrato borroso en la sala noble del estadio, un holograma con nombre de leyenda futbolística y un empresario que asistía a los partidos desde donde más cómodo le quedara, ya fuera en el palco, en Miami o en una pista de tenis.

Catoira heredó un club en Segunda y lo hipotecó con la tranquilidad del que firma sin leer la letra pequeña para ascender sin problemas. Encadenó cesiones con opción de compra obligatoria como quien colecciona deudas: Biuk, Meseguer, Amath, Juric, Ferreira y Raúl Moro, que fue la excepción entre tanto movimiento lapidario... todos con cláusulas que convertirían el futuro en un cementerio de capital, con un déficit estimado de 13,5 millones derivado del ascenso. Cuando llegó el verano de 2024, el club debía empezar a pagar lo que no podía permitirse. Y para cumplir con esas hipotecas, tuvo que vender activos. El más determinante fue Boyomo, el central más fiable del año anterior, traspasado a Osasuna por cinco millones que ni siquiera cubrirían todos los gastos.

Pero lo más doloroso no fue el mercado. Fue la ilusión fingida. Se habló de consolidación, de aprender de los errores, de estabilidad. Pezzolano, hombre serio y terco, quiso imponer un sistema defensivo que se derrumbó a los pocos partidos como una muralla sin argamasa. El Valladolid comenzó con una victoria ante el Espanyol, pero después llegó la tormenta. Derrotas sonrojantes, algún empate inofensivo y partidos sin alma. El equipo no atacaba, no defendía y, lo peor, no transmitía. A los pocos meses ya parecía un condenado con la soga al cuello. El Barcelona dejó las costuras del equipo a la vista con un contundente 7-0. El Atlético de Madrid se encargó de apretar la cuerda con un 0-5 en Zorrilla que dejó la grada congelada. Fue el último día de Pezzolano, despedido sin honores, sin pena, sin siquiera una rueda de prensa. Se marchó como llegó: en silencio, sin sonrisa y con todo Pucela en contra.

Episodio II: El "efecto Cocca"

Cuando el club anunció a Diego Cocca como nuevo entrenador, la ciudad entera parpadeó, pero no por sorpresa, sino por desconcierto. ¿Cocca? ¿El mismo que había sido destituido de la selección mexicana? ¿El que jamás había entrenado en España? Sí, ese. El anuncio fue recibido como quien recibe un ramo de flores en un velorio: con educación y sospecha. Cocca llegó con palabras de método y trabajo, con promesas de "orden" y "competitividad", como si la permanencia pudiera conjurarse a base de eslóganes. Lo cierto es que, desde el principio, se notó que estaba leyendo un mapa al revés.

Su primera semana fue una ilusión: una victoria 1-0 ante el Valencia, un equipo que por entonces caminaba con muletas. Se habló de "efecto Cocca", de "renacer". Fue el último instante de optimismo de un club infectado y pudriéndose en vida que cayó en la droga buscando falsas emociones. Lo que siguió fue un desfile de calamidades. El Valladolid de Cocca no sabía atacar ni defender, pero lo que más lo distinguía era su manera de desaparecer en los partidos. No competía: se presentaba al partido. Siete derrotas en ocho encuentros, un grupo cada vez más roto, jugadores que bajaban la cabeza antes de que el rival saltara al campo. Lo más memorable de su paso fue su rueda de prensa final, cuando pidió perdón. Lo más trágico fue que nadie se lo exigía ya. En ese punto, la resignación era más fuerte que la rabia.

Y fue entonces cuando apareció Álvaro Rubio. No como entrenador, sino como reflejo. Exjugador querido, símbolo de una época más ingenua, Rubio asumió el cargo por segunda vez en la temporada. No se le pidió salvar al equipo: se le pidió que no lo deshonrara. Pero el fútbol no entiende de respeto. Lo que vino fue una sucesión de palizas, la más terrible un 7-1 en San Mamés que pasará a los libros de historia negra del club. El Valladolid era ya un cadáver en movimiento, un equipo que no podía mirarse al espejo sin avergonzarse. Rubio intentó, con una dignidad que nadie puede discutir, poner orden. Pero no se puede ordenar la ruina, y menos con horchata en las venas.

En ese contexto de derrumbe, emergieron las figuras simbólicas de la temporada. No los héroes, que no hubo, sino los nombres que ilustran el fracaso. Juanmi Latasa, fichaje de cinco millones de euros, el más caro en la historia del club, no fue delantero, ni revulsivo, ni sombra. Fue un florero durante seis meses que emuló a Haaland durante tres partidos, cuando ya estaba todo perdido. Cenk Özkacar, que había ofrecido esperanza, demostró por qué el Valencia no se molestó en ponerle cláusula del miedo. Cömert, voluntarioso pero limitado, se perdió entre el frío de Castilla intentando perseguir delanteros rivales. Ninguno de los tres justificó su fichaje, ni por accidente. Enero tampoco ayudó y los Grillitsch, Nikitscher y Aznou solo duraron dos goleadas. Aidoo llevaba un año sin competir y aprovechó para hacer su particular pretemporada. Para el recuerdo quedará el haber logrado juntar por primera vez en la historia de la Liga un doble pivote austrohúngaro.

Y luego estaban los parásitos. Kenedy, Machís y Amath. En la práctica, ni siquiera estaban. Unos apartados por indisciplina. Otros entre dolores y excusas. Amath simplemente dejó de contar. Entre los tres, una carga salarial absurda y una aportación inexistente. Muchas partidas al Fortnite y al FIFA. No fueron jugadores, fueron estorbos. Y Catoira, en su miseria, no supo darles salida.

Pero el episodio más grotesco de esta debacle no se vivió en el césped. Fue en el banquillo. En el partido contra el Getafe. El equipo perdía 0-3. Juanmi Latasa, por entonces Erling Laatasa, dijo en voz alta lo que muchos pensaban: “Esto es una mierda”. A su lado, Luis Pérez, veterano, recibió también un recadito, que generó la cómica escena de la decadencia. Un puñetazo, y una pelea a vista de todos. Dos compañeros peleándose en directo mientras la grada se sumía en la vergüenza absoluta. El club reaccionó tarde y mal. Multas internas, comunicado frío, disculpas impostadas. Uno y dos partidos sin convocar y a jugar. Nada importaba.

Episodio III: El patrón holograma

En todo este relato de ambientes fétidos, hay un protagonista ausente cuya silueta gravita sobre cada decisión, cada renuncia, cada silencio: Ronaldo Nazário. No el futbolista, claro. No el prodigio de rodillas imposibles que en los noventa y 00's hizo vibrar a dos generaciones. No, este Ronaldo no dribla defensas sin tener menisco, sino responsabilidades en los despachos sin tener sentimientos. Cuando el Valladolid se incendiaba, su presidente estaba a miles de kilómetros, física y emocionalmente. A lo largo de toda la temporada, su presencia se redujo a dos o tres apariciones, sin sustancia ni compromiso. Desde hace tiempo ya no parecía ser el dueño del club, sino el propietario de una empresa despersonalizada, un juguete roto con empleados que le rinden cuentas mientras él piensa en otros menesteres y patrocinios.

Ronaldo no acudió a las ruedas de prensa clave, no puso el pecho en los momentos más delicados. Su único gesto fue anunciar, con la ligereza de quien lee una receta, que estaba dispuesto a vender el club si se le presentaba un proyecto “serio”. Nadie sabía si lo decía por convicción o por despecho. Quizá por ambas. El caso es que desde aquel día, la sensación general fue de orfandad. El Valladolid era un club sin timón, sin plan, sin voz. Y cuando un club no tiene voz, deja de ser club. Pasa a ser un decorado. Y cuando tampoco acompaña lo deportivo, se convierte en un circo.

Los cánticos de “¡Ronaldo, vete ya!” nunca se habían ido. Pero esta vez sonaban distintos. No eran estallidos de ira, sino letanías de decepción y de resignación de un muerto que sabe que va a morir. El cariño que una parte de la afición había profesado al ídolo global se transformó en amargura. No por los descensos —que eran ya tres en cinco años— sino por la indiferencia. A un presidente se le puede perdonar el error. Lo que no se le perdona es la ausencia.

Y en medio de esa caída sin frenos, lo único que permanecía era la afición blanquivioleta. Esa masa callada que seguía yendo a Zorrilla incluso cuando no había nada que celebrar. Ni lamentar. Los 24.000 abonados que compraron su abono en verano con ilusión y terminaron asistiendo al funeral de una temporada. Ni un solo gesto hacia ellos. Ni una disculpa formal. Ni una mirada cómplice. Solo derrotas, ruedas de prensa sin alma y jugadores que salían del campo con la mirada perdida.

El 24 de abril de 2025 llegó sin dramatismo. El equipo perdió 5-1 ante el Betis, y el descenso se hizo oficial. No hubo lágrimas. No hubo gritos. Solo ese silencio espeso que lo envuelve todo cuando ya no queda nada. Las risas sin malicia de los otros 19. El meme en Internet. El Valladolid estaba en Segunda desde hacía semanas.

Mucho ánimo a toda Pucela, desde FútbolFantasy.

Tomy Gavaldá

Tomy Gavaldá

Redactor FutbolFantasy

CEO y administrador de FutbolFantasy.com desde 2011. Programador informático y desarrollador de aplicaciones multiplataforma. Redactor jefe, community manager y streamer.